La última técnica que debemos aprender para detectar
mentiras es, sin duda alguna, la más difícil de aplicar. Se basa en la
siguiente premisa:
“Cuando una persona está siendo interrogada de manera
inquisitiva, se mantendrá a la defensiva y su cuerpo estará tenso. En el
momento que el interrogatorio termine, pueden ocurrir una de dos cosas: O bien
la persona ´contrataca´ diciendo lo injusto que hemos sido en pensar que está
mintiendo, o bien se queda callad@ y su cuerpo se relaja por unas décimas de
segundo.”
En pocas palabras, una persona culpable se sentirá aliviada
instantáneamente cuando el “interrogatorio” termine.
¿Por qué es tan difícil de poner en práctica?
Primero y principal, esta es la única técnica que implica al
mentiroso en pleno conocimiento de que lo estamos interrogando. Este proceso,
en sí mismo un arte delicado, debe ser lo suficientemente exasperante para él
como para que exhiba al menos tres de las seis claves expuestas en los posts de
esta serie. En ese momento sus hombros estarán tensos, pues el reptil ubicado
en el sótano del cerebro triuno los precalienta por si la situación amerita
resistir un soberano sartenazo.
Si el interrogatorio finaliza de manera súbita, debemos
estar atentos a dos claves: a) la relajación de uno ó ambos hombros y b) La
respiración, que siendo superficial
hasta ese momento, se reanudará con un suspiro sordo.
¿Tan preciso es?
Imagínense que nos empiezan a acusar de algo que no es
cierto. A pesar de lo que decimos en nuestra defensa, siguen sin creernos. ¡Nos
indignaríamos! Y no sería una emoción que se disipe de buenas a primeras. Apenas termina el interrogatorio, empezaríamos
a reclamar la injusta acusación.
Pero si somos culpables, la actitud es otra. Por medio segundo nos relajamos, aliviados
que ya el ataque terminó; pero enseguida el hemisferio izquierdo del cerebro
toma las riendas y dice “¡Epa! se supone que debemos demostrar indignación!”
¿Cómo ejecutarlo correctamente? Existe un rocedimiento
sistemático para lograrlo; requiere de cierta práctica, pero es posible
lograrlo:
1) Acorrale al (supuesto) mentiroso, lanzando pregunta tras
inquisitiva pregunta, tratando de ir aumentando su estrés, pero sin que
sobrerraccione. Vaya cocinándolo a fuego
lento.
2) Verifique visualmente que, efectivamente, sus hombros se
empiezan a subir y “juntarse” un poco.
Este paso es muy importante, y es el que da pie a:
3) Lance una última pregunta y espere la respuesta
(cualquiera que sea), y por último…
4) ¡El punto decisivo!.
Apenas el mentiroso termina su respuesta, nos quedamos de tres a cuatro
segundos mirándolo fijamente a los ojos, como considerando que está diciendo en
efecto la verdad; mientras, nuestras manos deben estar apuntaladas en la
cintura, dando a entender que no vamos a dar un paso atrás. Al terminar los tres ó cuatro segundos de
mirada fija… afloja los brazos, gira tu cuerpo 45°, llévate una palma a la
frente y suspira profundamente, oscilando los ojos hacia abajo, pero sin
perderlo de vista.
Este gesto compuesto le dará a tu interlocutor absoluta
certeza de que el interrogatorio ha terminado.
¡Es el momento! ¿Empieza el contraataque inmediatamente, o hay una
fracción de segundo de alivio?
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