Una de las recomendaciones que hacen los abogados a las
personas que están siendo interrogadas, bien sea en una comisaría o en un
juicio, es el de ser fríamente concretos.
“Sí” o “No” son las respuestas adecuadas; si hay que responder con una
frase completa, debe hacerse lo más sencilla posible y responder exactamente lo
que están preguntando. Si te preguntan
-“¿Dónde estuvo usted la noche del
martes?“, nuestra respuesta debe ser de menos de cuatro palabras.
-“En la
discoteca tal o cual“.Punto.
Criminólogos, abogados, psicólogos, psiquiatras y demás
profesionales afines conocen perfectamente la razón de esta recomendación.
Cuando nos sentimos culpables por una u otra razón, o cuando estamos nerviosos
porque queremos demostrar nuestra inocencia o eficiencia, tendemos a…
justificarnos innecesariamente.
¿Qué podemos definir como una justificación innecesaria?
todo detalle que busca probar lo que estamos diciendo. Por ejemplo, un criminal que tenga una
coartada para “el martes en la noche”, la espetará completa sin que se lo
soliciten, con tal de que lo dejen en paz de una vez.
Y aquí es cuando los especialistas nos damos
cuenta si ha estado practicando la respuesta; una persona que realmente tiene
que “recordar”, se toma su tiempo en estructurar los detalles. No tiene que practicar nada, puede responder
calmadamente, pues está hablando con la verdad.
Entonces ¿Qué ganamos hablando más de la cuenta?. Absolutamente nada. De hecho perdemos mucho, pues damos detalles
muchas veces innecesarios que ayudarán a un interrogador sagaz a contradecirnos
eventualmente, incluso si estamos diciendo la verdad.
¿Cómo es posible? el nerviosismo es el culpable. Si la respuesta a la pregunta fuese
-“Estaba
en la discoteca… con Juan y María“, y en realidad Juan sólo nos acompañó diez
minutos y se fue, entonces quien nos interroga podría alegar que
-“A las 9:30
p.m. Juan se encontraba en casa de su mamá. ¿Cómo es posible que estuviese con
usted en la discoteca?“.
Ahí toca
justificar aún más. Diríamos (aún más
nerviosos) -
-“Ah, es que él se marchó a las 9:10… no volví a saber de él”.
Y por ahí nos vamos. ¿Se imaginan si a las
9:45 le enviamos un mensaje de texto a Juan y lo olvidamos? Todo se complica.
Y todo por culpa de… justificarnos innecesariamente.
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