viernes, 20 de abril de 2012

Los lapsus verbales… ¿Qué se esconde detrás de estos errores?

 ¿Quién nunca se ha equivocado mientras hablaba y ha confundido una palabra por otra? Y es que se ha demostrado que por cada 1.000 palabras cometemos uno o dos errores. Si tenemos en cuenta que el ritmo medio de expresión es de 150 palabras por minuto, se produciría un error cada siete minutos de conversación continua. Por ende, cada día, la mayoría de nosotros comete entre 7 y 22 errores verbales.

Sigmund Freud acuñó en el 1901 estas metidas de pata con el nombre impronunciable de “fehlleistungen” (en español, actos erróneos). Freud consideraba que se trataba de un pensamiento, necesidad o deseo inconsciente que se revelaba de esta forma, a través del discurso.

Así, el lapsus freudiano se invoca para explicar un comportamiento extraño y vergonzoso desde el punto de vista social, como por ejemplo, cuando un hombre saluda a la esposa de su anfitrión diciéndole: “encantado de vencer” porque realmente siente una atracción sexual por esta mujer y desearía predominar sobre el esposo.

No obstante, un contemporáneo de Freud, Rudolf Meringer, tenía una explicación mucho menos “excitante” para estos deslices. Según este filólogo, los errores linguísticos serían simplemente unas cáscaras de plátano en el camino de la oración, sencillos cambios accidentales de las unidades lingüísticas, ni más ni menos.

La investigación moderna ha retomado este tema pero desde una perspectiva diferente. De hecho, Gary Dell, profesor de lingüística y la psicología en la Universidad de Illinois, sostiene que los lapsus linguae son la muestra de la capacidad de una persona para usar el lenguaje y sus componentes.

En su opinión, los conceptos, palabras y sonidos están interconectados en el cerebro a través de tres redes: léxico, semántico y fonológico. Y el habla surge de la interacción de las mismas. Pero de vez en cuando, las redes, que operan a través de un proceso que él denominó "propagación de la activación," viaja a saltos. Así, a veces el resultado es un lapsus o un error al hablar.

Por ejemplo, imaginemos que queremos decir la palabra “cultivar”. En este momento nuestra mente activa una red semántica que está compuesta nada menos y nada más que por unas 30.000 palabras. En este punto, también se ponen en marcha todos los significados relacionados con la palabra cultivar e incluso nuestras experiencias personales con la misma. A la vez, nuestra red fonológica debe activarse para buscar los sonidos adecuados para pronunciar la palabra. Y no solo, también debemos buscar la correspondencia gramatical para que la palabra se escuche bien dentro de la oración. Como se podrá presuponer, es muy fácil que nuestro cerebro se confunda. Realmente lo extraño sería que no lo hiciera.

Por eso, en ocasiones solo llegamos a pronunciar las primeras sílabas de la palabra errada ya que inmediatamente nos damos cuenta del equívoco y lo solucionamos. Por supuesto, será mucho más fácil confundir las palabras con un sonido similar, como por ejemplo: hospitalidad con hostilidad o insinuar con incinerar. Así, la mayoría de los lapsus verbales no son sino cáscaras de bananas producidas por una “sobrecarga” del cerebro.

¡Pero otros no lo son!

De hecho, algunos errores al hablar pueden estar provocados por la incidencia de los significados. Por ejemplo, cuando pensamos en el nombre de una persona, inmediatamente acuden a nuestra mente las vivencias relacionadas con la misma. De esta forma, estas vivencias o deseos podrían ser los causantes del error. En fin, serían lapsus verbales provocados por los pensamientos intrusivos.

El problema radica en que mientras más nos esforzamos en suprimir estos pensamientos, más frecuentes se hacen y, por ende, no sería extraño que se manifestasen a través de errores lingüísticos. Por supuesto, mientras más distraídos estemos, más errores cometeremos.

Esto lo demuestra un curioso experimento desarrollado en la Universidad de California en la cual los psicólogos le pidieron a hombres heterosexuales que hablaran sobre sus profesiones delante de una mujer vestida de forma provocadora. Como resultado, se apreció que estos hombres cometían más lapsus sexuales que quienes habían sido entrevistados por otro hombre. Obviamente, esto sucede porque nuestro cerebro tiene una capacidad atencional limitada y no puede controlar tantos procesos a la vez.

Para evitar estos errores habría una solución bastante sencilla: hablar lentamente para poder meditar qué vamos a decir.

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