miércoles, 25 de abril de 2012

El bostezo: Un mecanismo para enfriar el cerebro


En el imaginario popular existe la idea de que bostezamos cuando tenemos sueño o estamos aburridos. Y en parte es cierto. Pero el bostezo no cumple solamente funciones tan sencillas como estas sino que es un proceso mucho más complejo.

Por ejemplo, se ha apreciado que muchas personas que practican el parapente bostezan antes de dar el salto, también lo hacen los violinistas antes de un gran concierto y los atletas olímpicos antes de iniciar la competencia. Sin lugar a dudas la causa no es el aburrimiento o el sueño.

Para dar explicación al bostezo algunos especialistas lanzaron una teoría que se ha extendido como la pólvora: bostezar es una necesidad fisiológica que nos permite adquirir más oxígeno y expulsar una mayor cantidad de dióxido de carbono. Pero esta hipótesis no es aceptada por todos.

Así, ha surgido otra teoría muy interesante: bostezamos porque necesitamos “enfriar” nuestro cerebro. Esta idea proviene de las investigaciones que Gordon G. Gallup, profesor de la Universidad Estatal de Nueva York, lleva años realizando.

Según Gallup, nuestro cerebro trabaja mejor dentro de un rango de temperatura muy estrecho y el bostezo, al facilitar el flujo sanguíneo , actuaría básicamente como un radiador que mueve el calor. Aunque esta hipótesis pueda parecer un tanto extraña, lo cierto es que explica a la perfección por qué las personas bostezan más cuando están estresadas. En esencia, cuando estamos bajo estrés necesitaríamos mayores recursos cognitivos para hacerle frente a las demandas; por ende, nuestro cerebro debería trabajar más y así surge la necesidad de “enfriarlo”.

Para llegar a estas conclusiones Gallup realizó un experimento muy interesante: reclutó a 33 personas que dividió en dos grupos, a uno lo colocó en habitaciones donde habían 46 °C y a otro en estancias con 4 °C. Ambos grupos vieron imágenes de personas bostezando, de esta forma, se pretendía inducir el bostezo.

Lo curioso fue que el contagio del bostezo en la habitación caliente ocurrió en el 41% de los casos mientras que en la estancia fría descendió a solo el 9%.

Este investigador explica que durante el bostezo se contraen y relajan numerosos músculos faciales que aumentan la circulación sanguínea y este cambio altera a su vez el flujo sanguíneo del cerebro. De la misma forma, se conoce que el bostezo aumenta la presión sanguínea y los latidos del corazón. Estos cambios fisiológicos, unido a la entrada de aire fresco, serían los encargados de reducir la temperatura del cerebro. Así se explica por qué solemos bostezar más en ambientes con altas temperaturas y cuando debemos enfrentar una tarea compleja y estresante.

Por otra parte, Gallup nos desvela por qué bostezamos cuando tenemos sueño. Realmente la razón es muy sencilla: se ha apreciado que la deprivación del sueño provoca un aumento de la temperatura del cerebro por lo que nuestra tendencia natural sería bostezar para disminuir la temperatura.


Fuente:
Gallup, G. G. et. Al. (2007) Yawning as a brain cooling mechanism: Nasal breathing and forehead cooling diminish the incidence of contagious yawning. Evolutionary Psychology; 5(1): 92-101.

lunes, 23 de abril de 2012

Adicción a Facebook y Twitter: La trampa del desconocimiento

En los últimos tiempos el mundo de la Psicología se ha movido bastante viendo salir nuevos conceptos como la Adicción a Facebook o el infohoarding. En los círculos científicos aún existen mucha controversia al respecto y hay quienes afirman que estos trastornos son tan reales como la adicción a las drogas mientras que otros no quieren escuchar estos neologismos.

Un estudio desarrollado en la Universidad de Chicago afirmó recientemente que Facebook y Twitter son más adictivos que los cigarrillos o el alcohol. La investigación se basó en el análisis de los deseos cotidianos de 250 personas. Así, se apreció que muchísimas personas experimentaban la necesidad de pasar un rato en las redes sociales y que este impulso era particularmente difícil de controlar, tanto como la necesidad de fumarse un cigarrillo o beber alcohol.

¿Qué significa esto? Pues que, para las personas que ya tienen ciertos problemas para controlar sus impulsos, las redes sociales como Facebook y Twitter podrían ser detonantes de un comportamiento adictivo.

Pero aún hay más: en un estudio realizado en la Universidad de Bournemouth se apreció que quienes habían estado desconectados 24 horas de las redes sociales reportaban sensaciones de: ansiedad, irritabilidad, inseguridad, nerviosismo, cansancio, ira, confusión, soledad, depresión e ideas paranoides. Y cualquier semejanza con los síntomas de las adicciones no es una mera coincidencia.

Pero lo que es aún más importante: mientras más tiempo pasamos conectados a las redes sociales, más disminuye nuestro desempeño estudiantil o laboral puesto que somos menos productivos y más se dañan nuestras relaciones interpersonales en el mundo real. Otros dos aspectos básicos que se tienen en cuenta para diagnosticar una adicción.

El mayor problema es que conocemos el poder adictivo de las drogas pero no somos conscientes del poder adictivo de las redes sociales por lo que resulta mucho más sencillo caer en esta trampa. Inicialmente comenzamos creando un perfil y poco a poco vamos conectando con más personas hasta el punto que necesitamos revisar constantemente qué está sucediendo en la red.

Particularmente, creo que, como en el caso de las drogas, la solución no está en eliminarlas sino en aprender a controlar nuestros impulsos y darle a cada cosa la importancia que merece.

viernes, 20 de abril de 2012

Los lapsus verbales… ¿Qué se esconde detrás de estos errores?

 ¿Quién nunca se ha equivocado mientras hablaba y ha confundido una palabra por otra? Y es que se ha demostrado que por cada 1.000 palabras cometemos uno o dos errores. Si tenemos en cuenta que el ritmo medio de expresión es de 150 palabras por minuto, se produciría un error cada siete minutos de conversación continua. Por ende, cada día, la mayoría de nosotros comete entre 7 y 22 errores verbales.

Sigmund Freud acuñó en el 1901 estas metidas de pata con el nombre impronunciable de “fehlleistungen” (en español, actos erróneos). Freud consideraba que se trataba de un pensamiento, necesidad o deseo inconsciente que se revelaba de esta forma, a través del discurso.

Así, el lapsus freudiano se invoca para explicar un comportamiento extraño y vergonzoso desde el punto de vista social, como por ejemplo, cuando un hombre saluda a la esposa de su anfitrión diciéndole: “encantado de vencer” porque realmente siente una atracción sexual por esta mujer y desearía predominar sobre el esposo.

No obstante, un contemporáneo de Freud, Rudolf Meringer, tenía una explicación mucho menos “excitante” para estos deslices. Según este filólogo, los errores linguísticos serían simplemente unas cáscaras de plátano en el camino de la oración, sencillos cambios accidentales de las unidades lingüísticas, ni más ni menos.

La investigación moderna ha retomado este tema pero desde una perspectiva diferente. De hecho, Gary Dell, profesor de lingüística y la psicología en la Universidad de Illinois, sostiene que los lapsus linguae son la muestra de la capacidad de una persona para usar el lenguaje y sus componentes.

En su opinión, los conceptos, palabras y sonidos están interconectados en el cerebro a través de tres redes: léxico, semántico y fonológico. Y el habla surge de la interacción de las mismas. Pero de vez en cuando, las redes, que operan a través de un proceso que él denominó "propagación de la activación," viaja a saltos. Así, a veces el resultado es un lapsus o un error al hablar.

Por ejemplo, imaginemos que queremos decir la palabra “cultivar”. En este momento nuestra mente activa una red semántica que está compuesta nada menos y nada más que por unas 30.000 palabras. En este punto, también se ponen en marcha todos los significados relacionados con la palabra cultivar e incluso nuestras experiencias personales con la misma. A la vez, nuestra red fonológica debe activarse para buscar los sonidos adecuados para pronunciar la palabra. Y no solo, también debemos buscar la correspondencia gramatical para que la palabra se escuche bien dentro de la oración. Como se podrá presuponer, es muy fácil que nuestro cerebro se confunda. Realmente lo extraño sería que no lo hiciera.

Por eso, en ocasiones solo llegamos a pronunciar las primeras sílabas de la palabra errada ya que inmediatamente nos damos cuenta del equívoco y lo solucionamos. Por supuesto, será mucho más fácil confundir las palabras con un sonido similar, como por ejemplo: hospitalidad con hostilidad o insinuar con incinerar. Así, la mayoría de los lapsus verbales no son sino cáscaras de bananas producidas por una “sobrecarga” del cerebro.

¡Pero otros no lo son!

De hecho, algunos errores al hablar pueden estar provocados por la incidencia de los significados. Por ejemplo, cuando pensamos en el nombre de una persona, inmediatamente acuden a nuestra mente las vivencias relacionadas con la misma. De esta forma, estas vivencias o deseos podrían ser los causantes del error. En fin, serían lapsus verbales provocados por los pensamientos intrusivos.

El problema radica en que mientras más nos esforzamos en suprimir estos pensamientos, más frecuentes se hacen y, por ende, no sería extraño que se manifestasen a través de errores lingüísticos. Por supuesto, mientras más distraídos estemos, más errores cometeremos.

Esto lo demuestra un curioso experimento desarrollado en la Universidad de California en la cual los psicólogos le pidieron a hombres heterosexuales que hablaran sobre sus profesiones delante de una mujer vestida de forma provocadora. Como resultado, se apreció que estos hombres cometían más lapsus sexuales que quienes habían sido entrevistados por otro hombre. Obviamente, esto sucede porque nuestro cerebro tiene una capacidad atencional limitada y no puede controlar tantos procesos a la vez.

Para evitar estos errores habría una solución bastante sencilla: hablar lentamente para poder meditar qué vamos a decir.

Los amigos imaginarios aumentan la creatividad y la faceta comunicativa

 Muchos niños de edades tempranas tienen un amigo imaginario con el cual suelen sostener largos diálogos. Aunque es un fenómeno bastante usual (el 65% de los niños norteamericanos de menos de 7 años en algún momento ha tenido un amigo imaginario) no se conoce con total certeza por qué surge este compañero que adquiere personalidad propia. Las opiniones en este sentido son bastante dicotómicas: desde aquellos psicólogos que aseveran que el amigo imaginario es un fruto inocuo de la imaginación y la creatividad infantil hasta aquellos que asustan a los padres con la posibilidad de una esquizofrenia infantil.

Ahora un curioso estudio realizado en la Universidad La Trobe, en Melbourne, brinda nuevas luces sobre este fenómeno. Estos investigadores encuestaron a 330 universitarios con el objetivo de determinar si habían tenido un amigo imaginario en su niñez. ¿Resultados? Los estudiantes que habían tenido una compañía imaginaria mostraban mayores habilidades comunicativas, eran más empáticos y mucho más creativos que el resto de sus compañeros.

De forma paralela y en colaboración con la Universidad de Manchester, se investigaron profundamente un total de 44 niños con edades comprendidas entre los tres y los seis años, la mitad de los cuales tenía amigos imaginarios. Al finalizar el estudio se pudo comprobar que quienes tenían un amigo imaginario poseían un vocabulario más rico y eran más creativos que el resto de sus compañeros. ¿Por qué?

Parece ser que estar a cargo de las dos partes de la comunicación facilita el desarrollo de habilidades comunicativas. Además, de cierta forma facilitan el equilibrio psicológico ya que los amigos imaginarios ayudan a los niños a expresar sus sentimientos y en ocasiones tienen un efecto catártico al disminuir cualquier tipo de manifestación de agresividad. Otras investigaciones aseveran que cuando los niños con amigos imaginarios se convierten en adultos, tienden a preferir el arte y la poesía.

¿En qué niños es más usual este fenómeno? En los niños que están constantemente rodeados de adultos o en aquellos más sensibles que demuestran gran imaginación y fantasía. Un estudio reciente desarrollado en Hermosillo, México, asevera que aquellos niños que pasan más tiempo frente a la televisión también son más propensos a crear amigos imaginarios.

¿A qué edad desaparece este amigo? Normalmente desaparece cuando el niño comienza a socializar de forma continuada con otros niños, casi siempre al iniciar la escuela, alrededor de los seis años.

Pero... en el área de la Psicología no todo es tan simple y lineal. Recientemente investigadores de la Universidad de Oregon y Washington aseguran que estos amigos imaginarios lejos de desaparecer se hacen más presentes. Parece ser que el 31% de los niños encuestados entre los 6 y 7 años tenían amigos invisibles mientras que este fenómeno se evidenciaba solo en el 28% de los preescolares e incluso se ha reportado entre niños mayores.

Lo cierto es que mientras que para el psicoanálisis y el cognitivismo los amigos imaginarios son expresión de inmadurez o síntomas de una neurosis incipiente, la nueva generación de psicólogos refuerza los beneficios de este fenómeno: la habilidad para experimentar empatía, alternar puntos de vista, probar nuevas secuencias de diálogos, cambiar situaciones, revisar interpretaciones, especular, ponerse en la perspectiva del otro...

Aún así, una pregunta siempre queda en el tintero: ¿por qué tienen los niños la necesidad de crear estos amigos?

lunes, 9 de abril de 2012

Ansiedad por cambios



En el imaginario popular se ha creado una imagen que asocia la ansiedad a las circunstancias negativas, desagradables y peligrosas. Sin embargo, también las situaciones positivas pueden provocar una buena dosis de ansiedad. ¿Quién no se ha sentido ansioso ante la llegada de un bebé o con una promoción laboral?

Y es que los cambios, independientemente de si son positivos o negativos, suelen generar temor y ansiedad. Esto sucede porque nos vemos obligados a salir de nuestra zona de confort para enfrentarnos con una situación parcialmente desconocida. Por supuesto, en este punto te estarás preguntando cómo manejar la ansiedad generada por los cambios. Afortunadamente, existen algunas técnicas muy simples que te ayudarán a lograr tu cometido:

1. Escribe las causas de la ansiedad. ¿Qué te asusta? ¿Qué consecuencias te atemorizan? En el peor de los casos, ¿qué podría ocurrir? Escríbelo todo y después, reléelo todo. ¿Qué probabilidades reales existen de que tus temores se verifiquen? Seguramente te percatarás de que estás exagerando las consecuencias del cambio. En tu mente has creado toda una película que sin dudas es atemorizante pero muy improbable.

2. Respira. Cuando estamos estresados, asustados o ansiosos nuestra respiración tiende a hacerse más entrecortada. Por eso, si te sientes particularmente ansioso, toma un buen respiro, cuenta hasta 6 mientras inspiras y hasta 8 mientras expiras. Repítelo al menos unas diez veces. Verás que al terminar te sentirás mucho más relajado.

3. Haz ejercicio con regularidad. Caminar o correr son ejercicios excelentes para quien padece de ansiedad, sobre todo si eliges un paisaje verde y relajante como telón de fondo. Las hormonas que se liberan durante el ejercicio físico no solo te permitirán sentirte más relajado sino también más feliz. Cuando te sientas particularmente ansioso, simplemente emprende un paseo a paso rápido entre los árboles o junto a la playa.

4. Busca tus recuerdos positivos. Cuando te sientes ansioso normalmente es porque te concentras en situaciones futuras que podrían desestabilizarte. Una excelente forma para manejar la ansiedad es mirar hacia el pasado recordando situaciones en las cuales nos sentíamos protegidos y contentos.

5. Evita los estimulantes. Mientras dure el periodo de transición correspondiente al cambio, evita consumir los estimulantes del sistema nervioso como el café, la coca cola, las bebidas energéticas y el cigarro. De esta forma te sentirás más relajado.

Recuerda que el cambio nos asusta porque lo vemos como un enorme “todo” amenazante pero si lo divides en pequeños pasos te percatarás que no es para tanto.